(Respondiendo a la consigna de Virginia Haurie: escribir sobre cómo, dónde, cuándo escribo, qué pienso, antes, durante, después. Manías, miedos.)
“Quería decirte que las partes ficcionales, las del pasado que no viviste, están muchísimo mejor narradas que las que conservan la fidelidad del recuerdo. Para textos futuros, podría ser un lindo ejercicio inventar una historia familiar de la que no fuiste parte. Cuando narrás sin aferrarte a tu experiencia fidedigna, la pluma vuela. Me gustó mucho, tía, me quedé enganchado, mezclás muy bien esas dos cronologías. A seguir…”
Coincido con lo dicho por mi sobrino Javier al terminar la primera parte de mi nuevo libro “La Sucesión Riera…” Debo confesar que es eso lo que me gusta. Tomar algo que me impacta, el nudo específico, la nimiedad de un trayecto, el poco aire de una escena, la voluptuosidad de un paisaje, la pasión de una narración, alguna historia que me cuentan, cómo me la cuentan, que me resuena, dónde me quiebra, dónde se quiebra la persona que me lo está contando, qué es importante, qué me airea, qué airea a la persona que me narra su historia, que lo atrae, que me atrae. Me gusta cómo me sale cuando me permito volar. Como una comida que preparas para tu familia y amigos, si te gusta y la disfrutas, a ellos les gustará.
A veces, no sé escucharme, no me permito volar cuando he sido testigo o protagonista de los hechos, me sale la abogada desapasionada, muy profesional que tranquiliza y dice, “déjelo por mi cuenta” “no se preocupe”, “no es para tanto”, “ya lo solucionaremos”. Creo que así escribo, al revés de la milanesa. No debería importarme que me juzguen, ya no cobro, que se asusten o que no escriba todos los detalles, no estoy rindiendo cuentas, pero lo parece. Para mí importa quién va a leerme. No creo en el lector azaroso que me encuentra. En mi último libro que aún está en revisión, me leerán los abogados, mis colegas, es para ellos y otros más. Me siento condicionada, es un libro condicionado y lo acepto. Para los demás electores, como llama Fuentes a los lectores que eligen leerte, están todas las demás historias que me contaron mis clientes y que disfruté escribir en este libro. Espero haya balance.
Escribo en mi estudio de mi casa, en una compu grande, aunque a veces lo he hecho en una tablett estando de veraneo, o en forma manuscrita, tratando de rescatar mi letra cursiva, a veces al aire libre, sobre el pasto y, el verdadero lugar donde escribí con placer, fue en el gran comedor de La República, mi casa en Victoria, mirando las cuchillas entrerrianas, en la Toshiba azul. Ahora sigo en adaptación desde hace 3 años, en mi casa porteña. Extraño la contención del gran sillón de mi antiguo estudio, donde ejercí la profesión, verde inglés con capitoné creo que se llama, y rueditas en las tres patas. Ya sé dónde está, lo arreglaré en cuanto lo traiga del depósito.
Escribo mejor de mañana. Cuando tenía fecha límite para terminar “La Casa Rosenthal…”, me despertaba a las 7 de la mañana o antes y con el pijamas, preparaba el mate y a trabajar. Hasta la 13 o 14, ese es mi mediodía. Lo fantástico de escribir al despuntar el alba, es ver el paisaje entre cada escena que escribo, del campo cuando estaba en Victoria, figuras que aparecían como postales, y de la ciudad en Buenos Aires, recortes de formas geométricas. Una sensación de soledad, de paz, de espectros de sombras que saltan, huyen, otros de luz que se insertan, se incrustan. Es cuando soy muy feliz escribiendo. También en el atardecer, al caer la noche, desde las 6 de la tarde hasta las 10 de la noche, pero esto es cuando las papas queman. Sino, por la tarde es tiempo de otras cosas.
¿Qué pienso cuando escribo? Trato de ver la escena, las personas, la hora, si es histórico busco la fecha, si era lunes, martes, feriado, si era invierno, verano, si llovía, si era de mañana, de tarde, de noche, la hora, qué pasaba en el mundo, en el país, en esa ciudad, aunque no ponga una palabra. Vuelo. Volando, olfateando, percibiendo. Sufro, rio, lloro. Escribo, pienso. Pienso, escribo. Lo veo.
Antes, durante y después de la escritura, es estar siempre con el tema en la cabeza, antes de ir a dormir, trato de olvidarlo o distraer mi mente con alguna película o serie televisiva, pues sino me desvelo. Enloquezco un poco conforme avanzo.
Tengo manías de todos los colores y tamaños: tener toda la información, libros, expedientes, artículos, taparme y leer. Ir a los lugares, conocer, ver, hablar, conversar con todos, importantes o no. Con cualquiera también.
Miedos, muchos, pero los digo, no los escribo para que no se fijen. Es más fácil exorcizarlos en forma oral, bailando, respirando al viento. Creo que mi miedo es no poder, no saber transmitir lo que siento o lo que ocurre en lo que narro. No ser clara, o ser predecible cuando no es necesario, o caer en lugares comunes, frases hechas. La mediocridad me aterra. Que me dejen de leer, creo que también.